El escándalo como liturgia:
Por qué la corrupción de Santos Cerdán no cambiará nada (y cómo podría cambiarlo todo)
Hoy romper el hechizo se abre por primera vez a otras voces. Y no podía ser de otra manera que con Ángela Medina Calvo, compañera de trincheras académicas en el Máster de Política Económica y Economía Pública, donde aprendimos a desentrañar las estructuras del poder mientras sobrevivíamos a base de café de máquina y teorías sobre la hegemonía.
Angela es socióloga de formación, crítica por vocación, y tiene esa capacidad única de traducir a Foucault al lenguaje de la vida cotidiana sin perder un gramo de profundidad.
Lo que sigue es su lectura del último escándalo de corrupción. Pero no esperéis el análisis típico de tertulia. Angela hace algo más valioso: nos muestra cómo cada escándalo es una pieza más en la maquinaria que nos mantiene precarios y desencantados. Y lo más importante: señala por dónde se pueden abrir las grietas
El escándalo como liturgia: por qué la corrupción de Santos Cerdán no cambiará nada (y cómo podría cambiarlo todo)
Mi amiga Clara me escribe por WhatsApp mientras limpia mesas en el bar donde trabaja doce horas por 950 euros:
"¿Has visto lo de Santos Cerdán? Joder, hasta los del PSOE nos roban. Ya no sé en quién creer".
Le respondo con un emoji triste porque no tengo palabras. O más bien, porque las palabras que tengo (hegemonía, disciplinamiento social, reproducción del poder) sonarían a jerga universitaria mientras ella sigue limpiando mesas que otros ensuciarán.
Pero hay algo en su mensaje que me obsesiona. No es la indignación, que sería lógica. Es esa frase final: "Ya no sé en quién creer". Como si la política fuera una cuestión de fe y no de construcción colectiva. Como si nuestro papel fuera elegir en qué político depositar nuestra confianza mientras seguimos limpiando mesas por 950 euros.
Y es que cada vez está más presente la religión en las voces de las figuras políticas internacionales, como Milei, que parafraseó a Cristo en su frase "No vine a guiar corderos, vine a despertar leones" (léase "no vine a traer la paz, sino la espada").
La obra de teatro que todos conocemos
El caso Koldo sigue el guion de siempre.
Acto primero: se destapa una trama de corrupción que involucra a altos cargos (esta vez Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE).
Acto segundo: audios comprometedores, comisiones millonarias, propiedades inexplicables y empresas como Acciona en el epicentro de la corrupción española una vez más.
Acto tercero: dimisiones, promesas de regeneración, auditorías externas.
Telón.
Mañana volveremos a nuestros trabajos precarios, a nuestros alquileres imposibles, a nuestra ansiedad cotidiana. Pero ahora con una certeza más: que hasta "los nuestros" (esos que se suponía que estaban ahí para cambiarlo todo) también meten la mano en la caja. Quizá esta sea otra secuela de la película Código Emperador, donde las cloacas del Estado existen para que nada cambie.
Lo perverso no es solo la corrupción. Es cómo cada escándalo funciona como una pequeña dosis de veneno que va matando nuestra capacidad de imaginar que las cosas políticas pueden ser distintas. Cada titular sobre mordidas, sobres y tarjetas black es un clavo más en el ataúd de la esperanza política.
Esperanza que se reviste de verde para dar a entender cuál es la mejor alternativa, según el politólogo George Lakoff: la autoridad disciplinaria de un padre de familia republicana como Abascal. O según Alberto Coronel Tarancón, siguiendo a Foucault: la autoridad narcisista del ganador en clave neoliberal, como Alvise.
El "todos son iguales" como proyecto político
Aquí está lo que no nos cuentan: el cinismo no es un accidente. Es un resultado buscado.
Ser fruta en una macedonia de desvirtuación, banalización y moralización del interés general. Para Lakoff es una estrategia de posicionamiento de "marcos" —esquemas mentales que determinan cómo interpretamos la realidad—. En política, los marcos definen ideologías. Las ideologías son marcos de identificación de "un nosotros" y "los otros" o abyectos. Los marcos, el lenguaje, nuestras interpretaciones son objeto de la lucha política. Por ello, no temas decir "ideología" con propiedad.
Cuando mi generación repite ese "todos son iguales, todos roban", no está siendo lúcida. Está siendo funcional a un sistema que necesita que creamos exactamente eso. Porque una generación que piensa que toda la política es una estafa es una generación que:
No se organiza de manera fiel a sus principios políticos
No milita
No construye alternativas
Acepta el mal menor en política
Acepta la precariedad como destino natural porque "¿qué más da quién gobierne si todos son iguales?"
Esto es algo poco innovador, aunque nos suene a nunca visto. Raymond Williams ya habló de romper el fatalismo programado hace algún tiempo (1984).
El poder no necesita que lo amemos. Le basta con que nos resignemos.
Y cada escándalo de corrupción, paradójicamente, refuerza el sistema que dice combatir. Santos Cerdán cae, pero la estructura que permite que haya Santos Cerdanes sigue intacta. Más aún: sale fortalecida, porque ahora tenemos una razón más para no creer en la posibilidad de transformación. He aquí el final de la película Código Emperador. Perdón por el spoiler.
En España, la estructura clientelar del régimen militar del General Francisco Franco perdura bajo la etiqueta de "tráfico de influencias". O es casualidad la gran cantidad de coincidencias entre la clase económica y política del franquismo... Otra película interesante es El Reino. Que, como bien describe Wikipedia, es "un thriller de índole política sobre la corrupción en España". Un thriller, sí. Basado en hechos reales.
La trampa de la indignación moral
La corrupción nos indigna porque creemos en el cuento de que el problema son las manzanas podridas. Es decir, el problema es el pecado, los pecadores (pecadoras hay pocas, ellas son más p*tas que corruptas). Que si sacamos a los corruptos y ponemos gente honesta, el sistema funcionará. ¡Eureka!
Pero ¿y si el problema no fueran las manzanas sino el árbol?
Mi generación vive en la contradicción de necesitar desesperadamente que la política cambie las condiciones materiales de nuestra existencia mientras experimenta cotidianamente que la política es precisamente lo que las mantiene. No es casualidad que seamos la generación más descreída con las instituciones y, al mismo tiempo, la que más necesita que esas instituciones funcionen.
Después de la DANA 28-O, ha descendido aún más la confianza en las instituciones españolas entre la población valenciana. ¿Solo el pueblo salva el pueblo? Como si el Estado haya pasado a ser un Reino.
Porque Clara no necesita políticos honestos. Necesita:
Un salario digno
Una jornada que no la destruya
Un alquiler que no se coma el 70% de sus ingresos
Necesita que la política deje de ser ese teatro lejano donde se reparten espacios mediáticos, tribunales y empresas constructoras y empiece a ser la herramienta colectiva para construir formas de vida vivibles.
Repolitizar el desencanto
Pero aquí viene el giro que el poder no espera: ¿y si transformamos el desencanto en combustible político?
Entonces suena de fondo el disco YES FUTURE de los Chikos del Maíz.
El problema no es estar decepcionados con el PSOE, el PP o cualquier sigla. El problema es creer que la política se agota en las siglas. Que nuestro papel es elegir entre opciones dadas en lugar de construir las opciones que necesitamos.
Cuando entendemos que la corrupción no es una desviación sino una característica del sistema, podemos empezar a hacer las preguntas correctas:
❌ No "¿cómo encontramos políticos honestos?"
✅ Sino "¿cómo construimos formas de organización que no dependan de la moral?"
❌ No "¿en quién podemos confiar?"
✅ Sino "¿cómo creamos poder colectivo que no necesite mesías?"
Es un trabajo autorreferencial, introspectivo, progresivo y colectivo. Escuchar tu voz interior y la de quien se sienta a tu lado en el autobús. Es un interrogante alejado de los credos twitteros o eslóganes punteros en reels.
El escándalo como pedagogía involuntaria
Santos Cerdán, sin quererlo, está poniendo delante de nuestros ojos la llave maestra de la corrupción:
Que el poder sin control popular siempre se corrompe
Que las estructuras verticales donde unos pocos deciden por muchos siempre terminan en sobres y mordidas
Que la política delegada (esa donde votamos cada cuatro años usualmente y nos desentendemos) es una invitación a la corrupción
Como señaló Foucault, el delito del pobre es el robo y del burgués es la ley.
Pero también nos enseña, sin quererlo, dónde está la salida. Si el problema es estructural, la solución también debe serlo:
No necesitamos mejores representantes: necesitamos formas de democracia que no dependan solo de la representación
No necesitamos partidos más moralistas: necesitamos organizaciones donde el poder no se concentre en secretarías de organización que pueden repartir comisiones
No es sacar del trono a Sánchez, que decían en una manifestación orquestada por el partido de la oposición. Es eliminar los tronos
Mi generación tiene una ventaja: no tenemos nostalgia de una política que funcionaba. No añoramos los buenos viejos tiempos porque nunca los vivimos. Nacimos en la crisis y nos hicimos adultos en la precariedad. La política siempre fue, para nosotros, esa cosa que no funciona.
Y esa lucidez desencantada, bien canalizada, es revolucionaria.
Hacia una política de la dignidad material
¿Qué pasaría si en lugar de indignarnos con cada escándalo empezáramos a construir?
No partidos que prometan regeneración, sino redes de apoyo mutuo que nos permitan sobrevivir mientras luchamos
No líderes carismáticos en los que creer, sino procesos colectivos donde nadie pueda apropiarse del común
No programas electorales que se olvidan al día siguiente, sino prácticas cotidianas de democracia real
Clara no necesita creer en ningún político. Necesita creer que junto a otres Claras, puede cambiar sus condiciones de vida. Que la política no es esa cosa que hacen otros con corbata, sino lo que podemos hacer nosotros desde abajo, arriba, al medio y pa'dentro.
El caso Koldo pasará. Habrá dimisiones, quizás algún juicio, promesas de regeneración. Luego vendrá otro escándalo, y otro, y otro. La obra continuará mientras sigamos siendo espectadores en lugar de actores.
Pero cada vez más gente de mi generación empieza a entender el truco:
Que el verdadero escándalo no son los sobres de Santos Cerdán, sino que Clara tenga que trabajar doce horas por 950 euros
Que la verdadera corrupción no es la que sale en los titulares, sino la que se ha normalizado tanto que ya ni la vemos: la del trabajo que no permite vivir, la del futuro robado, la de la democracia convertida en mercado
El futuro es nuestro (si lo construimos)
Mi generación puede elegir. Podemos seguir siendo espectadores indignados de escándalos que refuerzan nuestra impotencia. O podemos usar cada crisis como oportunidad para pensar y construir la política que necesitamos.
Una política que:
No dependa de la honestidad individual (del honor) sino de estructuras que impidan la concentración de poder (de la democracia)
No se base en la fe sino en la participación
No prometa salvarnos sino darnos herramientas para salvarnos juntos
No intente desactivar nuestra acción política infiltrando policiales en movimientos sociales
Santos Cerdán dimitirá, sí. ¿Y?
La pregunta no es qué político lo sustituirá. La pregunta es cuándo vamos a dejar de esperar que nos sustituyan la vida que necesitamos construir.
Clara sigue limpiando mesas. Pero algo está cambiando. Ya no me escribe para preguntarme en quién creer. Me escribe para preguntarme cuándo quedamos.
Y esa pregunta, multiplicada por millones, es el principio del fin de su mundo.
Y del comienzo del nuestro.
Este texto nació de una conversación con Ángela después de ver por enésima vez cómo un escándalo de corrupción se convertía en espectáculo mientras todo seguía igual. Nos preguntamos: ¿cómo romper este bucle? ¿Cómo convertir la indignación en construcción política?
Si algo de lo que has leído te resuena, si también sientes que el verdadero escándalo es la normalización de la precariedad, si crees que podemos construir otras formas de hacer política, queremos leerte.
¿Tienes una historia que contar sobre cómo la política institucional nos falla mientras construimos alternativas desde abajo? ¿Una reflexión sobre cómo transformar el desencanto en potencia colectiva? ¿Una experiencia de organización que rompa con la lógica del "todos son iguales"?
Escríbenos a pablomiguelargudo@gmail.com. No buscamos artículos perfectos ni análisis académicos. Buscamos voces que, como la de Clara, nos ayuden a entender que el problema no es en quién creer, sino qué construir juntxs.
Porque romper el hechizo es un trabajo colectivo. Y cada texto, cada historia, cada reflexión compartida es un paso más hacia ese otro mundo que late bajo la superficie de este.
Qué buen artículo! Así es. Si le das acceso a alguien a cantidades ingentes de dinero sin supervisión y en un entorno en que el abuso es generalizado, por íntegra que esa persona sea, es improbable que no se acabe corrompiendo. No sé si la solución esté en sistemas de control como la antigua figura de los interventores, que fue eliminada para no tener que rendir cuentas, o en hacer más accesibles y públicas, las cuentas publicas o en diversificar las parcelas de poder o directamente cambiar todas las estructuras. Está claro que hay que buscar otra fórmula, porque confirmar en individualidaes y 'salvadores', estoy de acuerdo que no es la solución.